Comentario
Aparte de la reparación de La Quinta (1746), de la que levantó un completo plano, y de varias construcciones funcionales alteradas o desaparecidas, la principal actuación de Carlier en El Pardo fue la reforma del palacio construido por los Austrias, pequeño para el alojamiento de toda la real familia de Felipe V pero que no se ordenó ampliar, sino aprovechar el espacio existente dividiendo las galerías -tanto las abiertas como las cerradas- del siglo XVI. El escaso alcance de esta actuación quedó compensado, sin embargo, con la gracia de los detalles rocaille diseminados por Carlier en algunos marcos de balcones, en los nuevos chapiteles, a modo de mansardas, de las torres, y en los graciosos pasadizos de las esquinas del patio, respetados en la reciente restauración que ha vuelto en lo posible al patio sus características quinientistas.
Una de las piezas de Felipe II sacrificadas por Carlier en la nueva distribución interior fue la capilla, y hubo por tanto de levantar otra, más grande, para que sirviese como parroquia del Sitio, junto al palacio. Aunque su decoración está alterada a causa de la reforma llevada a cabo por Villanueva y González Velázquez tras el incendio de 1806, la clara estructura espacial del interior -dominado por un octógono a modo de crucero y bordeado por un deambulatorio continuo- y el rigor en la articulación de los elementos revelan unos planteamientos arquitectónicos más racionalistas que las tendencias italianas vigentes y que el resto de la producción del propio Carlier.
Los detalles galicistas en las ventanas, articulación de los paramentos, etcétera, visibles en el palacio y capilla de El Pardo aparecen en otro edificio que se le puede atribuir, el llamado palacio-fábrica, en realidad- del Real Sitio de San Fernando. También, desde luego, en la obra más importante realizada por este arquitecto y donde asimiló más elementos del repertorio italiano: el monasterio e iglesia de las Salesas Reales, en Madrid, fundado por la reina Bárbara de Braganza, esposa de Fernando VI. Estuvo pensado para la educación de las jóvenes de la aristocracia, pero también como un palacio de retiro para su previsible viudez, precaviéndose de su poco amada suegrastra Isabel de Farnesio, quien con igual susceptibilidad y por los mismos años hacía edificar Riofrío.
De este modo en las Salesas se recreaba el antiguo esquema medieval de Monasterio Real con iglesia funeraria y cuarto real adjunto para los patronos. El interior de este palacio, así como el gran jardín inmediato, eran las partes del conjunto donde más visible resultaba la formación francesa de Carlier, así como los alzados originales del exterior, ahora sólo conservados en la fachada a la calle de Castaños, pues tras el incendio de 1915 fueron modificadas todas las demás. La planta del conjunto se asemeja mucho al prototipo de convento herreriano, tal y como lo esquematizó Chueca Goitia, pero quizá ello se deba a que Carlier sintetizó aquí toda una tradición de distribución del espacio heredada de la Edad Media y sistematizada en la Moderna. La iglesia, subsistente en todo su esplendor original, asume influencias francesas e italianas en un conjunto de elegante diseño y riquísimos materiales, bien expresivo de las aspiraciones del arte cortesano europeo del momento.
La curiosa y efectiva síntesis estilística ítalo-gala desarrollada por Carlier en esta obra, su mejor y última, influyó sin duda en la arquitectura doméstica madrileña de la década de 1750. Pero por lo demás es el último gran episodio dentro de ese arte barroco tardío cortesano formulado a partir de influencias de los dos modelos vecinos en la primera mitad del siglo. Respecto a esta singularidad de las Salesas, otras iglesias cortesanas de patronato regio pueden ser recordadas aquí como contraste, pues su estilo, italiano de raíz juvariana, es fruto de la fábrica del nuevo Palacio. Tal es el caso de las remodelaciones interiores de las Descalzas Reales, por Diego de Villanueva, o de la Encarnación, por Ventura Rodríguez, primera obra autónoma importante de este arquitecto.
Rodríguez, formado como Hermosilla y los Villanueva en la Obra de Palacio pero más directamente influido por Juvara a quien había llegado a servir, es el arquitecto español que con más coherencia y carácter asume los postulados barroco-clasicistas basados en las grandes obras romanas del siglo anterior, difundidas por estampas y dibujos, y en el citado maestro, y asentados en España merced a la actuación en Palacio del discípulo Sacchetti. La tímida personalidad de éste y el pujante desarrollo de la de Rodríguez hicieron que durante el reinado de Fernando VI fuese éste el arquitecto predilecto de los monarcas, que prefirieron los diseños del subordinado Ventura a los del propio arquitecto mayor Sacchetti para varias partes del Palacio, como la plaza de armas, partes de la capilla y los jardines. Puesto que Ventura merece ser tratado aparte, valga señalar aquí esta preferencia y el hecho de que estos diseños no llegaron a realizarse debido a la llegada de Carlos III.
Consecuencia directa de la Obra de Palacio fue, por otra parte, la creación de la Real Academia de Bellas Artes, erigida en 1746 por iniciativa del primer escultor, Olivieri, como Junta Preparatoria, y fundada de modo definitivo en 1752 con el título de San Fernando. Puesto que su objetivo fundamental era la de formalizar la imagen deseada de la monarquía, no es extraño que sus primeros miembros y directores fuesen los propios artistas al servicio del rey.
Sacchetti, alegando sus muchas ocupaciones en Palacio y dado su torpe habla del castellano, no pasó de jugar un papel honorífico; Carlier fue director, pero los puntales básicos de la nueva institución fueron Diego de Villanueva y Ventura Rodríguez, quienes postularon por tanto un barroco tardío juvariano -basado más en el maestro y en sus fuentes que en Sacchetti- que la historiografía ha acostumbrado a considerar clasicismo, y a partir del cual fue evolucionando la arquitectura española, llamada neoclásica, durante el reinado de Carlos III. Esta hegemonía de la tendencia juvariana, y su definitiva victoria, sobre la arquitectura teatral norteitaliana -a la que antes hacíamos referencia como rival de Sacchetti-, no deben hacer olvidar su gran peso específico a lo largo del reinado de Fernando VI.
Además de en los escenarios, estaba presente en la Academia, donde durante los primeros años fue esencial el papel de pedagogo desempeñado por Giacomo Pavía, y en los Reales Sitios del Buen Retiro y Aranjuez, que constituyen sin duda el marco más representativo de la vida cortesana en el reinado de Fernando VI y donde el artífice de la imagen era Bonavia, quien gracias a la protección que le dispensaba el marqués Scotti fue arquitecto del cardenal-infante don Luis, para quien construyó en Madrid la iglesia de los Santos Justo y Pastor -hoy San Miguel- la mejor obra derivada de Borromini construida en suelo español.